Urna Redmocracia


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¿Esta Boyacá preparado para afrontar la cuarta revolución industrial?.

El mundo está incursionando en la denominada cuarta revolución industrial. si la primera se dio con la incorporación de la máquina de vapor a la producción de bienes y la segunda tuvo lugar a partir del descubrimiento de la electricidad, la tercera y la cuarta, por su parte, han estado marcadas primero por el desarrollo e incorporación masiva de tecnologías de la información y comunicación y, finalmente en esta última etapa, por la confluencia y fusión de estas con un amplio grupo de nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, los datos masivos (big data), la nube, la impresión en 3d, la internet de las cosas o las cadenas de bloques (blockchain), entre otras.

¿Acabarán los robots haciéndose con nuestros trabajos?, ¿cuáles son los trabajos más susceptibles de ser automatizados?, ¿cómo podemos prepararnos para competir con éxito en el mercado laboral del futuro? y ¿cuál es el papel del estado para promover un mejor futuro del trabajo?

El potencial de la automatización en los últimos 10 años han visto un rápido desarrollo de máquinas más potentes y precisas que cada vez son capaces de realizar un mayor número de actividades de forma autónoma a un costo inferior al de un trabajador. En poco más de 20 años, el uso de robots en Estados Unidos y Europa se ha multiplicado entre cuatro y cinco veces, con un crecimiento particularmente alto en sectores como las industrias eléctricas, electrónicas, plásticos, metales y maquinarias (FIR, 2016). Además, se observa una creciente presencia de automatización en los servicios. Destacan los ejemplos de centros de distribución de productos operados enteramente por robots, tiendas sin cajeros humanos (Amazon) y restaurantes totalmente automatizados (por ejemplo, el restaurante Eatsa en Los Ángeles).

Dado el ahorro en el costo laboral, es muy probable que muchos más centros de distribución, tiendas y restaurantes vayan por el camino de la robotización. A esto se la añade el vertiginoso desarrollo de la inteligencia artificial (IA), es decir, máquinas que imitan funciones cognitivas de los humanos (por ejemplo, aprender y solucionar problemas, entender el lenguaje humano, competir exitosamente con campeones mundiales de ajedrez, manejar un automóvil o diagnosticar enfermedades) que hasta hace solo muy pocos años se consideraban exclusivamente al alcance del ser humano.

Dados estos avances, el potencial de automatización es enorme. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Oxford (Frey y Osborne, 2017), el 47% de los trabajos podrían ser completamente automatizados en los próximos veinte años. Asimismo, según otro estudio de la consultora McKinsey & Company (Manyika et al., 2017), solo en lo que respecta a Estados Unidos, las actividades susceptibles de automatización son el 51% de las actividades de la economía, lo cual representa cerca de US$ 2.700 millones en salarios.

A nivel global, la automatización podría afectar al 49% de la economía mundial, esto es, a 1.100 millones de empleados y US$ 12.700 millones en salarios (Manyika et al., 2017). De igual forma, se estima que, producto de la automatización y la IA, la mitad de las ocupaciones que existen hoy en día podrían dejar de existir en 2025.

El aumento de la movilidad y la flexibilidad Los avances en los medios de comunicación hacen que hoy en día para muchas personas ya no sea necesario trabajar desde una oficina. Todo lo que se requiere es una conexión de internet.

Según Jacob Morgan, en su libro The Future of Work, los empleos del futuro se van a caracterizar por tener un entorno laboral flexible, donde las personas podrán trabajar desde cualquier lugar y a cualquier hora; podrán colaborar y comunicarse de formas distintas, y aprender a lo largo de su vida laboral a través de los muchos mecanismos disponibles de forma virtual. Muchas organizaciones ya están rediseñando los espacios de trabajo con esto en la mira, reduciendo el número de oficinas y teniendo en cuenta que, si bien algunos empleados pasan la mayoría del tiempo en la oficina, otros muchos solo van algunos días y, cuando lo hacen, usan espacios comunes que comparten con otros empleados “nómadas”. Otra tendencia en esta línea son los espacios de trabajo donde una persona o una empresa alquila espacios de forma flexible por días o por horas.

¿El fin del trabajo?

Una serie de autores han dado la voz de alarma acerca del potencial fin del trabajo. En un influyente libro, Brynjolfsson y McAfee (2013) se preguntan si la tecnología acabará con el trabajo y con todos los beneficios comúnmente asociados a tener un empleo (por ejemplo, tener acceso a una pensión o seguro médico). Su argumento es que estamos viviendo una revolución tecnológica sin precedentes, donde el cambio se está acelerando a un ritmo creciente. Si las máquinas son capaces de ejecutar mejor y de forma más económica lo que hoy hacen los humanos, ¿qué le espera a la humanidad? ¿Nos condenará la tecnología al desempleo masivo y a la desigualdad? Es obvio que la tecnología tiene un enorme potencial de destrucción de empleo, pero ¿cuál será su efecto global? Para anticipar cómo impactará la tecnología al nivel y a la composición del trabajo es preciso tener en cuenta varias cuestiones. Primero, la tecnología tiende a sustituir las tareas más rutinarias, no necesariamente todo el trabajo que realiza una persona. Un trabajo se compone de un conjunto de tareas. La distinción entre trabajo y tarea es clave, porque la tecnología permite sustituir algunas tareas y complementar otras. Las tareas más susceptibles de ser sustituidas por la tecnología son aquellas más rutinarias (repetibles), las cuales son fácilmente automatizables (Gustavo Beliz, 2015). Pero, de hecho, o al menos por ahora, pocas ocupaciones pueden automatizarse totalmente. De acuerdo a Manyika et al. (2017), menos de un 5% de los trabajos actuales pueden ser totalmente automatizados. Ahora bien, en el 60% de los trabajos, casi un tercio de las tareas (el 30%) podrían automatizarse. En este sentido, estudios recientes muestran que, tanto en Estados Unidos como en otras economías avanzadas, se ha dado una caída importante en aquellos empleos cuyas ocupaciones se basan en tareas más rutinarias (Gustavo Beliz, Katz y Kearney, 2006; Goos, Manning y Salomons, 2014). Segundo, la tecnología hace más valiosas las ocupaciones basadas en tareas menos rutinarias, lo cual está llevando a una polarización del mercado laboral, con un aumento en la demanda por dos tipos de ocupaciones en ex-tremos opuestos de la distribución salarial (Gustavo Beliz et al., 2006). Por un lado, aumentan el empleo y los salarios en ocupaciones basadas mayormente en tareas no rutinarias de carácter cognitivo (especialistas en computación, ingenieros y técnicos, o trabajadores cuyo trabajo se hace más valioso por la incorporación de tecnología). Estas ocupaciones suelen figurar en la parte alta de la distribución de salarios (Gustavo Beliz et al., 2006; Acemoglu y Gustavo Beliz, 2011; Goos et al., 2014). Por otro lado, aumenta la demanda en ocupaciones no rutinarias de carácter manual, que hoy por hoy son difícilmente automatizables (por ejemplo, servicios personales como la enfermería), en muchos casos producidas por personas de bajo nivel educativo y con bajos salarios.

Por el contrario, se observa una caída en la demanda de empleo en ocupaciones que figuran en la parte intermedia de los salarios, que son precisamente aquellas que se caracterizan por tener más tareas rutinarias. Brynjolfsson y McAfee (2013) pronostican que esta tendencia se acelerará a futuro, ya que no solo afectará a aquellos trabajadores cuyos empleos consisten en tareas rutinarias, sino a otros muchos cuyas labores serán automatizables en un futuro cercano, tanto en la parte alta de la distribución de educación (traductores, analistas de datos, gestores…) como baja (por ejemplo, conductores de automóviles, camiones). Estas tendencias, si no son contrarrestadas por acciones de política, tenderán a reforzar la ya creciente desigualdad del ingreso entre los más ricos y los más pobres.

Un último efecto de la tecnología, que también debe ser considerado, es que su introducción abarata la producción de muchos bienes y servicios, lo cual permitirá generar empleo al menos en algunas industrias. Así, por ejemplo, tal y como ha sido documentado por James Bessen, la incorporación masiva de cajeros automáticos no ha acabado con los empleados del sector bancario, sino que, por el contrario, estos han crecido un 2% por año. ¿Cómo se explica esto? Bessen (2015) muestra que, por un lado, los cajeros automáticos liberan a los empleados de sus tareas más rutinarias, pasando de atender transacciones simples en la caja a trabajar con el cliente para procesar aplicaciones de crédito e inversiones. Pero, de una manera incluso más importante, la incorporación de cajeros automáticos ha abaratado masivamente la apertura de nuevas oficinas.

Por ello, si bien la ratio de empleados por oficina ha caído, el número de oficinas bancarias ha aumentado considerablemente, lo suficiente para que el empleo en el sector bancario aumente. ¿Es el sector bancario la excepción que confirma la regla? Un nuevo estudio de James Bessen (2016) confirma que, entre 1980 y 2013, los sectores que han incorporado más tecnologías de comunicación e información han tenido mayores ganancias en el empleo. Esto viene a confirmar la tendencia histórica en la cual la incorporación de tecnología a través de los siglos no ha disminuido el porcentaje de la población que trabaja. Al contrario, este ha venido subiendo en casi todos los países, coincidiendo con la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo.

La respuesta a si la automatización provocará necesariamente una caída en la proporción de las personas que trabajan o si solamente llevará a una transformación de los empleos se está escribiendo en estos momentos. Todo indica que muchos trabajos (particularmente los más rutinarios) se destruirán y otros  empleos completamente nuevos, muchos aún inimaginables, se irán creando. Sin embargo, el ritmo al que la destrucción se acompañará por creación de trabajo dependerá de la velocidad del cambio y la capacidad que desarrollen las economías para recalificar y recolocar a los trabajadores de actividades declinantes a otras emergentes.

Desde el punto de vista de los individuos, las tendencias descritas indican que, para poder triunfar en este nuevo mercado de trabajo, será necesario invertir en desarrollar habilidades no rutinarias, las cuales son potenciadas por la tecnología. Un estudio de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (2016) afirma que, de cada diez nuevos empleos en países desarrollados, ocho son para trabajadores del conocimiento (profesionales con capacidades técnicas, formación práctica, habilidades directivas y espíritu emprendedor).

Dado el rápido cambio tecnológico, educarnos de jóvenes no será suficiente: cada persona deberá seguir invirtiendo en educación y en formación a lo largo de la vida. Los estudios recientes también ponen de manifiesto que, además de demandar habilidades específicas a una ocupación, las empresas buscan gente con capacidad de resolución de problemas y con buenas habilidades sociales, que es lo que nos distingue de los robots: creatividad, comunicación efectiva, empatía y una actitud proactiva. La capacidad de manejar emociones es, hoy por hoy, nuestra ventaja con relación a las máquinas. Así, por ejemplo, si bien dentro de poco será común que la inteligencia artificial diagnostique nuestras enfermedades de manera mucho más eficiente que el mejor doctor, seguiremos queriendo que nuestros médicos o aquellos que nos atiendan sean humanos con la  empatía  que se necesita para manejar nuestras emociones.

También las  competencias de liderazgo, de  persistencia ante la adversidad, la iniciativa y la responsabilidad son hoy en día determinantes del éxito en el mercado laboral, y su importancia irá aumentando en el tiempo a medida que los robots sustituyan las partes más mecánicas y repetitivas de nuestro trabajo. Asimismo, triunfarán aquellos que, además de poseer habilidades sociales, puedan entender y usar la tecnología. Por ello, será cada vez más importante invertir en adquirir competencias digitales, como la capacidad de codificar, programar, de gestionar redes sociales con visión comercial, de  trabajar de manera virtual en plataformas digitales o de analizar datos masivos (Big Data) y, de esta manera, extraer información relevante de la enorme cantidad de datos que se produce todos los días en las redes sociales y en internet. En la última semana después de que usted lea este documento se han generado más datos en el los últimos 2000 años.

Volviendo a América Latina y el Caribe y a otras regiones emergentes, la demanda creciente de habilidades (cognitivas, técnicas y sociales), si se materializa en la región, podría traducirse en cuellos de botella importantes para el desarrollo de las personas y de los países. Debido a las fuertes debilida-des en los sistemas educativos de muchos países en desarrollo, la población no está preparada para estos cambios. Como promedio en la prueba educativa PISA en la región, el 48% de los jóvenes no entiende un texto básico y el 62% no puede realizar un cálculo sencillo. Pero, además, estos jóvenes –y los no tan jóvenes– van a tener serios problemas para seguir preparándose más allá de la educación formal, ya que los sistemas de formación para el trabajo de la región están desvinculados de las necesidades del mercado. Finalmente, las empresas tampoco están preparadas para redefinir puestos y formar a las personas. Y la capacidad de los Estados es muy incipiente. Hoy en día, cuando la gente pierde un empleo, se reemplea en el sector informal (Alaimo et al., 2015).

Por todas estas razones, es necesario invertir en desarrollar mejores sistemas de formación para el trabajo que ayuden a todas las personas a actualizar sus habilidades de forma continua, buscando lograr una mayor calidad y relevancia de los aprendizajes. Para lograrlo, se deben seguir potenciando los sistemas de aseguramiento de calidad, con un fuerte énfasis en la acreditación de las instituciones de formación, la evaluación de resultados, así como invertir en la calidad de los profesores e instructores. En cuanto a la relevancia de la formación, es necesario seguir mejorando la pertinencia de los currículos, lo cual obliga a invertir en instrumentos de anticipación de habilidades (modelos estadísticos, encuestas a empresas y el uso de datos masivos o big data) para la toma de decisiones de política (González-Velosa y Rucci, 2016). También se necesita que desde el Estado se involucre mucho más al sector empleador en la identificación de demandas de habilidades y en la provisión de formación a partir de modalidades de instrucción en el propio lugar de trabajo, tales como programas de aprendices, buscando fomentar alianzas público-privadas para el desarrollo de habilidades. Aun cuando todo esto implica recursos, es preciso recordar que hoy en día el sistema ya invierte numerables recursos cuyo costo-efectividad se puede mejorar (Huneeus, De Mendoza y Rucci, 2013). Otra idea que va tomando preponderancia es la necesidad de redistribuir las potenciales enormes rentas que van a ser generadas por la automatización.

Recientemente, Bill Gates propuso un impuesto a los robots (Kessler, 26 de marzo de 2017). Otros han planteado la creación de un ingreso básico universal, que permita a todas las personas de un país recibir regularmente una suma de dinero sin condiciones, sin considerar si la persona es rica o pobre y sin importar con quién conviva.

Asimismo, la tendencia hacia un creciente uso de mecanismos de trabajo por demanda hará necesario fortalecer los mecanismos de aseguramiento contra riesgos de salud, pobreza en la vejez o desempleo, independientemente de la condición laboral de la persona. Asimismo, será preciso encontrar maneras apropiadas de regular esta nueva industria, buscando por un lado promover la innovación y por otro generar condiciones laborales adecuadas.

En definitiva, necesitamos un nuevo modelo basado en un nuevo pacto social que ponga mucho más énfasis, por un lado, en democratizar las oportunidades para que todos tengamos acceso a los beneficios de la tecnología y, por otro, en compensar y apoyar a los que resultan negativamente afectados, para que rehagan su camino. De lo contrario, las desigualdades entre los que están preparados para triunfar en este nuevo mundo y los que no seguirán creciendo, y América Latina y otros países emergentes pueden quedar por fuera de esta nueva revolución industrial.

Flexibilidad, trabajo independiente, colaboración, redes e innovación tecnológica son todas palabras que describen los trabajos del futuro; pero también potencialmente, desempleo, desprotección y desigualdad. La región y otros países emergentes necesitarán prepararse ya mismo para enfrentar estos retos y sacar el máximo provecho a esta nueva era.

Felipe Alvarez.

@falvarez82

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